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05 Sep, 2015El día de nuestra boda
Cuando dos personas se quieren de verdad y deciden unir sus vidas para siempre, es fácil que el momento que representa esa unión sea mágico, único e inolvidable. Ese es nuestro caso. Dos personas que en su madurez deciden pasar juntos lo que les queda, caminar de la mano y descubrir juntos lo que ese paseo de la vida les depara. Uno al lado del otro.
Él, soltero recalcitrante, convencido que no compartiría su vida salvo con la persona especial que tenía destinada, aunque tal vez nunca llegase a conocerla. Él seguía esperando. Yo, divorciada y madre, con tres hijos en mi haber, tres perros y tres gatos. No es que me hubiera rendido, pero no tenía fácil que alguien quisiera caminar a mi lado. Además, después de lo vivido, tampoco es que fuera a conformarme fácilmente. Si volvía a compartir mi vida con alguien, tenía que ser él, mi media naranja, ¡si es que no la habían hecho zumo aún!
Cuando nos encontramos, los dos lo supimos, y no tardamos en prometernos. El día 5 de septiembre materializaos esa promesa, acompañados de nuestras familias; de mis hijos, de nuestros amigos, etcétera.
Seguir leyendo »¿Nervios? todos, queríamos que todo fuera perfecto. Un año de preparativos, una boda muy personal, con los invitados justos, ni más ni menos. Llevábamos un año preparando todo con muchísimo cariño: las invitaciones, la decoración, el ramo, el tocado, los detalles, todo hecho por nosotros, y como guinda del pastel, el vestido de novia de mi madre, que ella misma me arregló para que estuviera perfecta ese día tan especial.
Los días previos yo estaba atacada, los nervios me consumían, la ansiedad no me dejaba dormir y, en casa, mis cuatro hombres se reían de mí ¡perdón!, conmigo. En cambio, el día de la boda estaba muy tranquila, ya estaba todo hecho, sólo faltaba darnos el sí.
A eso de las dos de la tarde me fui a casa de mis padres para vestirme, maquillarme, quería sorprender a Víctor, me moría de ganas por ver su cara cuando apareciera por la puerta de la iglesia del brazo de mi padre. Disfruté mucho de los preparativos. José Belmonte se encargó del Maquillaje y Manu Fernández del peinado (Cool Producciones). Me hicieron sentir como una auténtica princesa, mientras Carlos González, el fotógrafo, no paraba, iba de un lado a otro, cámara en mano para no perderse un sólo detalle.
Cuando llegó la hora, mi padre trajo su coche y me llevó al altar. Elegimos la iglesia donde, en su día, se habían casado mis padres. Un lugar hermoso y cercano, con un gran significado para nosotros: La Iglesia de Santa María Micaela, en Madrid.
Mis sobrinas llevaban las arras y las alianzas, estaban tan guapas con sus vestidos y sus coronitas de flores de Papermoon and Co.
La decoración era acorde con la elegancia y sencillez de la que queríamos dotar a nuestra boda. La floristería Arkiflor se encargó de aportar ese detalle fresco y natural, con unos preciosos centros en blanco con toques en rojo, y unos precisos lazos para adornar los bancos, ¡como en los cuentos!
Queríamos una ceremonia sencilla y un buen amigo ofició el matrimonio. Se creó una magia especial. Fue una boda diferente, donde quien nos casaba nos conocía profundamente, conocía nuestro amor, nuestra historia, y consiguió hacer partícipes a todos los presentes. Como guinda del pastel, mis dos hijos pequeños leyeron unos textos maravillosos que ellos mismos habían escrito. Todo el mundo se emocionó, nadie se sustrajo a las lágrimas cuando corrí a abrazarlos perdiendo el velo por el camino. Yo misma aún soy incapaz de contener la emoción cuando lo recuerdo. Uno de nuestros amigos, el mejor, también leyó algo que había escrito: sus consejos, sus deseos, sus sentimientos hacia nosotros. Humor y amor llenaron la iglesia. Los invitados salieron envueltos en un halo mágico de emotividad que los acompañó el resto de la noche.
Celebramos el banquete en el Gran Hotel Las Rozas, y qué decir: estuvo a la altura de una boda que ya se perfilaba como perfecta. La comida estaba deliciosa y, Carmen Moreno, responsable del Hotel, estuvo pendiente en todo momento. Gracias a ella pudimos disfrutar de toda la celebración sin tener que estar pendientes de los pequeños detalles. Estábamos en buenas manos.
El comentario general entre servilletas y cubiertos era que mi hijo mayor no había leído nada. Sí, le habíamos elegido como testigo, pero justo después del postre se plantó con su 1,85 de estatura, sus 15 años y su planta de caballero vestido de chaqué delante de mí, y con un micrófono leyó. En ese momento volvieron a hacer aflorar las lágrimas de todos, en especial, las de su madre.
Momento emotivo cuando comenzó a sonar la canción que elegimos para el corte de la tarta, un tema increíble de nuestros grandes amigos de Showpay, la versión más bonita que hayáis oído de "I just Call to say I Love You". Albert, Bernie y Fer, que estaban allí con nosotros, también se emocionaron.
Allí estaba Carlos González, fotógrafo, para recoger cada uno de esos momentos. Aún no tenemos todas las fotos, pero ya nos ha pasado algún adelanto. Gracias a que utilizamos la aplicación de WedShoot, pudimos empezar a ver montones de fotos que hicieron nuestros invitados y tener unos recuerdos instantáneos del momento y de cómo lo vieron ellos desde su posición. ¡Muy recomendable!
Mirando hacia ese día, puedo decir que no cambiaría nada, ni lo más mínimo, porque todo fue sensacional y maravilloso, mucho mejor de lo que hubiera podido soñar.
Gracias a todos los que lo hicisteis posible.
Ahora, ¡la aventura acaba de empezar!
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