La boda de Raúl y Gema en Madrid, Madrid
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R&G
23 Sep, 2017El día de nuestra boda
¡Por fin casados!
Ha sido una boda atípica porque somos personas atípicas... Nos gusta ir contracorriente.
Para empezar, no fue un día, sino dos. El 22 de septiembre nos casamos en el ayuntamiento de nuestro pueblo, con nuestros más allegados, en un acto íntimo.
Elegimos el campo, la sencillez y las casas de piedra. Nuestros anillos de titanio, que además de quedar preciosos, son prácticamente indestructibles. Vestidos de paisano (pero elegantes) para irnos luego a comer a un mesón con nuestros padres, y disfrutar de nuestra noche de bodas en un precioso hotel de Ávila. En el Palacio Los Velada, del siglo XVI, hay un torreón con una suite que es espectacular para una noche tan especial. Para el desplazamiento fuimos en nuestro propio coche, con toda libertad de horarios y movimientos.
Al día siguiente, el 23, era la cita con toda la familia: ahora sí que sí, nos volvemos a Madrid y nos vestimos de novios (aunque sencillos) y damos un señor banquete, con su ramo, su tarta de dos pisos, su baile y su barra libre.
Seguir leyendo »Eso sí, el ramo me lo hice yo misma con flores de foam y un poco de maña. También hice yo misma las invitaciones, utilizando unas figuritas de novios de Playmobil que quedaron chulísimas tanto en la ilustración de las invitaciones como en lo alto de la tarta.
Yo llevaba un vestido sencillo y romántico con gasa de tul y casi nada de cola, porque lo último que quería en esta vida era parecer un “repollo” y no poder ni andar. Ni velo, ni guantes, ni gaitas: comodidad.
Raúl se había hecho con un traje azul oscuro con finas rayitas que, reconozcámoslo, iba hecho un pincel. Luego nos dimos cuenta de que había estado casi toda la noche con la corbata por fuera del chaleco... ¡Esos nervios!
No somos muy de salones de bodas, ni de lámparas de araña con cristalitos ni de alfombra roja y rodapiés dorados. Para el banquete queríamos algo elegante pero rústico, y allá que nos fuimos a La Posta Real (Madrid), donde pudimos hacernos unas fotos maravillosas con sus edificios de piedra y madera y sus jardines.
Para el desplazamiento contratamos un coche negro, elegante, pero sin parafernalia ni lazos. A veces en los semáforos la gente se daba cuenta, ¡si ahí van unos novios!
El banquete consistía en un cóctel de bienvenida al aire libre, en el jardín, y luego la propia cena que estaba exquisita. Tras la cena y la tarta hubo dos horas de barra libre y fiesta, no quisimos más tiempo ni incluir recena porque tanto nosotros como nuestros invitados ya vamos teniendo una edad. Hicimos bien, porque entre mayores y niños, a las 2 de la noche ya no quedaba nadie.
Para amenizar momentos especiales elegimos música de Kiss (porque nada más romántico que el buen rock&roll) y bailamos un vals moderno de Leonard Cohen (Take This Waltz).
A la hora de dar un recuerdo a los invitados, estábamos de acuerdo: queríamos un regalo solidario. En lugar de comprar baratijas que la gente acaba tirando o arrinconando en un cajón, hicimos donaciones a dos ONG en nombre de los invitados. A los asistentes les dimos una tarjetita explicando que su regalo había sido destinado a proyectos solidarios, y una mini cajita con unos bombones (que habíamos comprado a granel y envuelto nosotros mismos). Todo el mundo encantado.
Eso sí, a quienes no puedes dejar sin un regalito es a los niños, así que a cada peque les regalamos una bolsa de chuches y una pistola de agua para que lo pasaran en grande y se divirtieran.
Tras una noche fantástica con familia y amigos y acabar reventados de buena comida y baile, nos fuimos a casita (la noche de bodas había sido la anterior), a reponer fuerzas porque al día siguiente tenía que estar todo listo para irnos de viaje... ¡Próxima parada: Australia!
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