La boda de Adrián y Andrea en Mondariz (Balneario), Pontevedra
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06 Jun, 2021El día de nuestra boda
6 de junio de 2021: la meta de una carrera de obstáculos.
Han pasado siete meses ya desde aquel maravilloso día y todavía recordamos cada segundo. Aunque la previsión del tiempo marcaba tormenta para aquel fin de semana, la mañana del domingo amaneció soleada y totalmente despejada. Parecía un regalo del cielo tras año y medio de cambios y desilusiones durante la preparación de la boda en plena era de la pandemia.
Habíamos retrasado el evento, tuvimos que celebrar una ceremonia civil íntima meses antes por una cuestión familiar, nos enfrentamos a mil cambios hasta el último minuto, surgieron multitud de dificultades de papeleo y logística entre comunidades autónomas, fuimos recibiendo bajas de invitados hasta dos días antes... Todo eso se había quedado atrás. Por fin había llegado el gran día, con nuestros familiares y amigos esperándonos llenos de ilusión para compartir ese momento.
Abrí las cortinas de la preciosa habitación del balneario y sonreí de oreja a oreja al contemplar ese espléndido sol. ¡Lo habíamos conseguido! Y aunque yo solo había dormido 3 horas, me sentía llena de energía.
Seguir leyendo »Mi chico, al que le habían facilitado otra habitación para que pudiéramos descansar mejor y prepararnos con tranquilidad esa mañana (yo debía levantarme antes que él para prepararme), pudo descansar muy bien y estaba tranquilo, según me contó más tarde. No nos habíamos visto desde la noche anterior, y no nos veríamos de nuevo hasta llegar al altar, pocas horas después, en la ceremonia, ya vestidos. ¡Qué emoción!
Después de ducharme, llegó la peluquera, con todos los bártulos perfectamente preparados. Comenzó a secarme el pelo y a ponerme los primeros rulos. Me había puesto la preciosa bata y las zapatillas de novia que me había regalado mi hermana con tanto cariño. Al ratito, vinieron las camareras de piso a hacer la habitación.
Más tarde, llegaron los fotógrafos. Fui contestando mensajes por WhatsApp de ánimo, felicitaciones y emoción de algunos invitados y mi familia. Empezaron las primeras fotos: con los rulos puestos, ahora en la ventana, ahora enséñanos el vestido de novia colgado, ahora míranos mientras te empiezan a maquillar... Me trajeron el ramo de recepción, ahora enséñalo a la cámara, ahora ponlo sobre la cama… Después se fueron a la habitación de mi chico para empezar el reportaje con él.
Entonces llegaron mi madre y mi hermana para ayudarme con los últimos preparativos, para después peinarse y maquillarse ellas. Volvieron los fotógrafos y continuaron el reportaje mientras la peluquera terminaba el recogido y los últimos retoques de maquillaje, y mi madre me ayudaba a abrocharme el vestido de novia, entre risas. "Dios, esta cremallera no sube... ¡No puede ser!, ¿habré engordado estos últimos días? Claro, si es que con los nervios, me puse ciega a pan…”. “Nena, respira, a ver si consigo abrochar esto… Nada, nada, quitamos el sujetador, que con el bolero enganchado, yo creo que esto aguantará". No podíamos parar de reír.
Entre foto y foto, cremallera que no subía y cambios del último minuto, se nos fue la hora de las manos. Dios, los invitados llevan esperando abajo un buen rato, y con este calorazo. ¡Tenemos que salir ya! Ahí empezaron mis nervios. Bajó mi hermana a la ceremonia con mi cuñado y el peque, y yo con mis padres, que me llevarían los dos al altar. Recorrimos junto con María, la organizadora, los pasillos subterráneos del Balneario para no cruzarnos con mi chico, que estaba esperando en la entrada del hotel mientras.
Estaba ya con mi madre en lo alto de las escaleras, en la colina que había delante de la ermita y que conducía al lugar de la ceremonia, para bajar juntas hasta el descansillo de la escalera previa al altar, donde me esperaba mi padre, quien me llevaría del brazo hasta mi chico. El paisaje era idílico; una escalinata de piedra en medio de un bosque de cuento que llevaban al tramo de escaleras final donde se celebraría la ceremonia civil, cerca de la Fuente de Gándara.
Tal como había planeado mi hermana, mi entrada sería sorpresa, pues todo el mundo esperaba que yo entrase por el otro lado, por el tradicional, el mismo que el novio. Primero sonó la música de entrada de mi chico con su madre. Había escogido el tema principal del El último Mohicano. Después, sonó la mía, Te regalo (Carla Morrison), y mi madre y yo comenzamos a bajar, muy despacio, ella ayudándome con la cola. A mí me explotaba el corazón. Había ensayado mentalmente ese paseo con la canción de fondo, y siempre me emocionaba muchísimo. Pero ese día estaba tan feliz que no lloré: ¿de verdad estábamos allí o lo estaba soñando? Qué música tan bonita… Me concentré en bajar las dos despacio, con los tacones, y no caernos (tacones por una escalera, a quién se le ocurre, y yo el con cancán… Todavía me voy a resbalar y vamos a bajar rodando las dos cual croquetas. Ah, no, pues mira, se va bien).
Veíamos a los fotógrafos abajo, y a mi padre esperando en el descansillo de la escalera, paciente y sonriéndonos con los ojos. Qué bien haberme puesto lentillas; podía verlo todo genial. Según avanzábamos por la escalinata, se terminaban los frondosos árboles y por fin pude divisar a los invitados desde el lateral de las escaleras; habían venido poquitos, unos 35, por lo que sería una boda muy íntima, pero se les veía muy ilusionados y con ganas de darlo todo. Y allí estaba mi chico, esperando como un santiño. Con aquel traje azul tan precioso que habíamos guardado con tanto cariño en el armario unos meses antes. Resplandeciente. Tan rubio. Llegamos mi madre y yo junto a mi padre, lo cogí del brazo y nos acercamos los tres al altar, donde avanzamos y me dejaron para unirme para siempre a mi vikingo.
El resto de la ceremonia fue un sueño: la florista nos había preparado unas sillas indias preciosas con unos centros de flores delicados y románticos. Toda la decoración se ajustaba a lo que buscábamos y le habíamos pedido: sencilla, romántica y elegante, con aire a bosque y a hadas. Yo, que no quería nada rosa ni estilo princesa ni demasiado ñoño, y allí estábamos entre rosas, con mi vestido de falda de tul, cola y cancán, mis zapatos rosas, y mi moño tradicional coronado con recogido de flores romántico. ¡Y tan feliz, oiga!
El discurso del oficiante fue absolutamente mágico; combinó a la perfección la estructura oficial de la ceremonia con partes más románticas y anécdotas nuestras. Nos había ayudado muchísimo en los meses y las semanas previas a encauzar lo que queríamos, qué meter, cuándo, la duración… Una de mis mejores amigas cantó una canción preciosa a guitarra; otra de mis mejores amigas de la infancia nos leyó unas palabras increíbles, un discurso directo desde del corazón, que no pudo ser más bonito y emotivo, y el otro amigo de mi chico, que también nos dedicó unas palabras, nos hizo reír un montón y fue absolutamente encantador.
La música celta de fondo, los temas que habíamos escogido de música clásica y de bandas sonoras para momentos clave… Todo encajaba. Hicimos el ritual de la arena, que con los nervios no habíamos montado bien, y se empezó a salir la arena por detrás del marco... Que no cunda el pánico, un ligero contratiempo; luego recogemos la arena que se haya caído. Entonces oí dos crack en la espalda de mi vestido, al final iba a estallar, ay, madre, que me iba a quedar despelotada allí delante de todos. Mi chico me abrochó algún botón del bolero discretamente, que se enganchaba con unos automáticos al vestido, pero mi cara era de tal horror que se oyeron risas y susurros entre los invitados. En fin, falsa alarma, el vestido sobrevivió todo el día, aunque sí se había estallado algún ganchito... Si es que me tenía que haber casado con una túnica, jaja.
Después, mi sobrino, en brazos de mi hermana, pues tenía apenas 1 añito entonces, nos dio los anillos, nos dimos el “sí, quiero”, el beso y aplausos (lo típico)... ¡Y la canción del final! ¡Sueño cumplido!
Mientras los invitados se dirigieron a otro jardín para tomar el aperitivo, nosotros nos quedamos aparte con los fotógrafos para seguir con el reportaje. No pudieron ser más encantadores y majos, explicándonos cómo colocarnos, qué ángulos tomar para capturar mejor la luz, ahora cogeos de la mano, ahora subid la escalera…
Tras terminar esta parte, nos juntamos con nuestros invitados en el aperitivo. ¡Qué hambre ya! Y qué rico todo… Por seguridad Covid, estaban divididos en mesas-burbuja y sin juntarse grupos diferentes dentro de lo posible; todos fueron muy responsables, y según comprobamos, se lo estaban pasando pipa igual. Entre charla y charla, al final apenas probamos bocado, pero mientras los invitados estuvieran bien servidos, nosotros estábamos tranquilos; menos mal que mi chico me fue trayendo un poquito de jamón al final, jajaja. ¡Entonces vinieron las fotos de grupo! Por la normativa del Covid, no pudimos hacer fotos de grupo grandes, sino de mesas burbuja, que justo encajaban con la división de mesas de familiares y amigos, así que perfecto. ¡Hay que ser positivos!
Tras el aperitivo, los invitados fueron al salón. Nosotros nos retrasamos un poquito para poder hacer la entrada una vez ya se hubieran sentado. Tal como habíamos pedido, nos pusieron la canción de Halo, de Beyoncé, y fue absolutamente mágico: María nos abrió las grandes puertas del salón y entramos casi temblando, pero con la alegría desbordándonos y con todos aplaudiendo; madre mía, nos sentíamos como en la alfombra roja. ¡Qué emoción, qué felicidad! Lo distinto que se ve todo cuando uno es invitado y la montaña rusa cuando eres tú el/la que te casas. El magnífico personal nos sirvió las preciosas copas para brindar que nos había regalado mi hermana, y nos sentamos en la mesa presidencial, con mi padre emocionadísimo como nunca.
¡Y empezó el banquete! Qué podemos decir de la comida… Estaba todo tan rico… Los que conocéis el Balneario de Mondariz ya sabéis que nunca defrauda… Todo el equipo de cocina fue absolutamente perfecto, con unas raciones enormes y respetando escrupulosamente las indicaciones que habíamos dado de mesas vegetarianas, hipertensos, etc. Estuvieron atentos desde el inicio hasta el final. Y los fotógrafos no perdieron detalle de cada momento especial para seguir con el reportaje, de forma que quedara todo plasmado para el recuerdo.
El equipo de DJ fue también estupendo, eligiendo los temas idóneos en cada momento (entrega de regalos, entrega de ramo, discurso, entrega de los novios de la tarta, etc.) para amenizar la velada. La decoración del salón era también preciosa, siguiendo la temática de la ceremonia. Los centros eran tan riquiños, tan de bosque...
Ahora venía el baile… Mi chico y yo subimos a la habitación a cambiarnos. ¡Sorpresa! Como con el vestido de novia era imposible bailar nada (cancán, cola…), me había agenciado tiempo atrás un vestidazo rojo con vuelo que había probado en los ensayos en la academia de baile y hacía el apaño (Dios, ¿me serviría todavía? Si el de novia a duras penas me abrochaba esa mañana y este era más ajustado todavía… Y encima después de toda la comilona… Verás que lo voy a llevar medio abierto en la espalda, y encima con el pelo recogido, que se nota más, madre mía… Y ahora no hay tiempo para buscar plan B… A ver, a ver… ¡Sí, abrocha hasta arriba, menos mal!).
Después del sofocón por el segundo vestido, salimos de la habitación con miedo a que me viera alguien (se cruzó un familiar mío en el pasillo, pero no me reconoció, jajaja), y mi chico y yo ensayamos por última vez y en silencio esos 3 minutos de coreografía en el pasillo. Parecíamos dos locos. ¡Sí, nos salía! Repasarlo la noche anterior antes de dormir nos había dado resultado.
Con el corazón que nos explotaba, bajamos a la planta de los salones, entrando por el salón contiguo, donde nos esperaban los invitados. Allí se haría el baile para que hubiera más esparcimiento (ese salón tiene unas preciosas puertas francesas que dan a un gran balcón y se podrían abrir para airear bien y que la gente pudiera salir al jardín cuando quisiera). Todas las medidas eran pocas y queríamos la máxima seguridad.
Primero proyectamos un vídeo muy gracioso de nuestra pedida de mano, en plena montaña nevada, con mi chico entregándome el anillo e hincando rodilla, y yo cayéndome al final cual croqueta al resbalarme en la nieve (idea de último minuto y que el DJ nos ayudó a poner con mucho tino), para reírnos y quitarnos los miedos. En fin, el plan meses atrás era preparar un Power Point con fotos de la familia y de los amigos, con un apartado dedicado a nuestros seres queridos que nos habían dejado, a modo de homenaje, pero todos esos traspiés durante los preparativos de la boda, junto con otros problemas asociados, nos dejaron sin tiempo ni recursos…
Ahora deberíamos representar el baile. Nos colocamos en posición. Habíamos elegido Moon River, por bonita, aparentemente fácil de bailar y porque solo habíamos tenido 2-3 semanas para ensayarlo. Nuestra profe de baile fue maravillosa y nos preparó una coreografía muy sencillita, pero muy vistosa. ¡Y triunfó! Comenzó a sonar la música, nos miramos, y empezamos. ¡Ay, los nervios! Menos mal que mi chico estuvo muy atento y me socorrió muy hábilmente en una de las vueltas, porque yo ya no sabía ni para dónde tenía que girar, ay, madre. Al terminar, hicimos la reverencia clásica. ¡Nos había salido! Y a la gente parecía haberle gustado.
Me acerqué a mi madre, que rompió a llorar como si no hubiera un mañana. “Pero mamá, ¿por qué lloras? Que esto al final va a parecer un entierro en lugar de una boda, jajaja”. “Ay, hija, es que no me esperaba un baile así; qué bonito, qué guapos estáis y qué bien os salió”. Esas palabras merecieron todo el esfuerzo.
¡Fiesta! Ahora venía el disco-baile, la barra libre, brochetas de fruta, carrito de dulces… ¡Y la tarta nupcial (como el banquete era amplio y ya había postres individuales, sirvieron la tarta durante el baile, aunque el corte clásico con la espada sí lo hicimos en la sobremesa)! Y, como sorpresa… ¡Habíamos contratado a un caricaturista! Los invitados enseguida hicieron cola para retratarse. Os recomendamos muchísimo este servicio, porque en 5-10 minutos te prepara unas caricaturas increíbles y todo el mundo se lleva un recuerdo estupendo (muchos enmarcaron el dibujo una vez en casa).
A la 1:00 h de la noche se cerró la fiesta, tal y como establecía la normativa en ese momento por el Covid. Madre mía, nosotros que somos como abuelillos y nos vamos a dormir pronto y nunca salimos de fiesta, y esa noche habríamos seguido hasta las 6 h de la mañana si nos dejaran. La verdad es que el baile se hizo demasiado corto, pero era importante cumplir con la normativa y hacer las cosas bien. Qué bien hicimos en haber elegido boda de día, para poder disfrutar de más luz y más tiempo, que con las restricciones de hora se nos quedaba todo cortito…
Durante toda la celebración fuimos preguntando por las mesas qué tal estaba la comida, cómo se sentía la gente, etc., y siempre recibimos muy buenas palabras. Por la noche, durante el baile, hicimos un sondeo final y nos sorprendimos de que la gente se hubiera divertido tanto teniendo en cuenta todas las restricciones. “Necesitábamos algo así”, “qué bien que hayáis podido celebrarlo por fin y qué bien ha salido todo”, “no importa que seamos tan poquitos; nos los hemos pasado genial igualmente y hemos podido hablar con vosotros más tiempo”, “qué bonito el sitio y qué rica la comida”. Al final, es lo que te hace sentir satisfecho, ya que nuestro mayor deseo era que la gente se lo pasara bien, que se olvidara por un día de todos los problemas y que el Covid no fuera el protagonista de nuestras vidas (sin olvidarnos de las medidas, entiéndase).
Como dijimos en el discurso, esa boda iba por ellos/as y para ellos/as. Nosotros ya nos habíamos casado oficialmente en abril, en petit comité en el Ayuntamiento; ya habíamos tenido nuestro día, pero no queríamos dejar de celebrar esa otra boda grande para que todos la pudieran disfrutar, y que todo su apoyo y esfuerzo se viera recompensado.
Esperamos que os haya gustado nuestra crónica de boda; hemos querido darle un toque de humor al contarla, si bien tuvimos algún que otro contratiempo más todas las dificultades desde hacía meses, como tantas y tantas parejas. Damos las felicidades a todas las parejas que van a casarse y aquellas que han podido cumplir su sueño, especialmente las que han podido / decidido celebrar su boda durante la pandemia, porque sabemos lo difícil que se hace, y es que es una auténtica carrera de fondo. Y mandamos toda nuestra fuerza, cariño y ánimo a las que tuvieron que cancelar, posponer mil veces y que no han podido casarse aún; ¡lo conseguiréis!
Servicios y Profesionales de la Boda de Adrián y Andrea






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