La boda de Miguel Ordoñez y Belén Valenzuela en Terrassa, Barcelona
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M&B
26 Sep, 2020El día de nuestra boda
Enero de 2020, había llegado mi año, quedaban 4 meses para nuestro gran día, 4 meses pasaban volando, todo estaba casi listo, la cuenta atrás había empezado, todo iba según lo previsto, no había vuelta atrás.
Marzo de 2020, llegó el Covid, todos los días pegada a la tele, esperando escuchar que los contagios bajaban, que el confinamiento funcionaba, poniendo velas para que todo acabara, algo dentro de mí me decía que no podía ser, ¿cómo iba a cancelar mi boda? ¿Qué iba hacer ahora? Estaba todo planeado, todo contratado…
Pero las malas noticias no cesaban, la gente que me quería me decía de forma delicada que fuera pensando en aplazar la boda. Confieso que lloré, tuve días de rabia, ese momento tan esperado tenía que seguir esperando, como si la espera no hubiera sido lo suficientemente larga ya... Pero así fue, 2 semanas antes de nuestro gran día, la boda se canceló. Vi que no era elección nuestra cancelarla, simplemente era la única opción. Restaurantes cerrados, iglesias cerradas, servicios no esenciales parados, me obligaron a cancelarla.
Seguir leyendo »Teníamos los anillos grabados con esa fecha, 200 detalles para los invitados grabados con la fecha, carteles, la luna de miel, y muchas cosas más, fue mi primera frustración. Pero ahí estaba mi madre para decirme justo lo que necesitaba escuchar: no pasa nada.
Cerré los ojos por un momento, y al abrirlos la joyería me dijo que los anillos se podían volver a grabar sin problema, el restaurante me daba fecha para septiembre, el fotógrafo tenía ese día libre, el fotomatón también, los invitados dispuestos, mi vestido me esperaría el tiempo necesario me dijeron, todo volvía a su sitio, solo hacía falta volver a esperar.
Llegaba de nuevo la boda, 5 meses después, todo se volvía a desmoronar, volvían las restricciones, dos semanas antes de la boda todo eran problemas. El aforo de la iglesia era limitado, y mis invitados no cabían, ¿se iban a quedar fuera? La fiesta después de la cena no podía llegar porque el restaurante debía cerrar a la 1h. Mi coro no podía cantar porque estaba prohibido cantar en sitios cerrados. Y sí, de nuevo la gente diciéndome: aplázala, que en mayo de 2021 estaremos mejor (qué ingenuos, ¿no?).
No pasa nada, de nuevo retumbó en mi cabeza, mi cura buscó a dos semanas de la boda una iglesia más grande, en mi misma ciudad, donde cabían todos mis invitados, encontré un sitio a mi querido coro, que, aunque con mascarillas, podían cantar alejados del resto de invitados. El restaurante me limitaba las mesas a 10 personas (por suerte, ya tenía el croquis), los detalles habían vuelto rectificados (aunque esta vez sin fecha, la sustituí por enlace matrimonial), y la boda, en vez de ser de tarde, era de mañana (sí, a dos semanas cambió la hora, la cena por comida, y el lugar), y el viaje de novios lo cogimos con esa poca antelación, ¡nos vamos a Fuerteventura! Los anillos decidí no grabarlos hasta que el día se hubiera cumplido, por un momento, ¡todo volvía a la normalidad! Y cuando ya nada podía ir mal, el coro no podía ensayar. ¿Dónde lo iban hacer? Estaba todo cerrado. Y sin coro no había boda, todo volvía a desmoronarse. Y de nuevo en mi cabeza: No pasa nada, el presidente del ateneo de cultura de mi barrio, que en ese momento estaba exento de restricciones, les dejó una sala grande para poder ensayar, y de nuevo a respirar, ahora sí que sí, nada puede ir mal.
3 días antes de la boda, repito, 3 días antes de la boda, me llaman del restaurante, que las mesas las debo cambiar a máximo 6 personas, ¡Qué locura! Por suerte, el alcalde de mi ciudad me informó de que esta restricción no entraba aún en vigor, así que le dije al restaurante que lo sentía, pero no podía hacer ese cambio a solo 3 días de mi boda si la restricción no había entrado en vigor. De hecho, era peor, porque las mesas estaban distribuidas por burbujas, y si las reducía las tenía que mezclar.
Después de todo, mi menor preocupación era que el día de mi boda lloviera, me hacía gracia decirlo, porque es lo que más le preocupa a una novia.
¡Y llegó! ¡Nuestro día llegó! ¡Cómo brillaba el sol! Tanto esperar, tantos problemas, todo era perfecto, abrí los ojos muy temprano, ¡a las 6h! La peluquera me esperaba para hacerme un recogido perfecto y ponerme mi esperada corona, mi hermano preparaba el desayuno, el fotógrafo ya estaba con mi marido, el padrino le llevaba el ramo, mil flores llenaban la casa de mis padres, la maquilladora con su pulso firme, las vecinas esperaban en la puerta, salía por fin de casa, mi larga cola se deslizó por la alfombra roja que el párroco me había puesto para mí, y allí, al final, estaba mi futuro marido, todo había merecido la pena, qué bien sonaba el coro, los ojos de mis invitados brillaban igual que los míos, el “sí, quiero” llegó, la nube de arroz en la puerta, las risas y las caras de felicidad, todo fue perfecto, y acabó de la mejor manera, 15 días después nadie había tenido síntomas Covid.
Cuando decidí casarme, una amiga me dijo: en tu boda verás realmente las personas que te quieren de verdad y a las que les importas de verdad. Y qué razón tenía, qué agradecida estoy a todos mis invitados que se confinaron 15 días antes de la boda para evitar contactos con positivos, al coro que hizo lo imposible por ensayar, el cura que movió cielo y tierra para encontrar otra iglesia, a mi madre por sus “no pasa nada”, y por pasar horas en la mesa deshaciendo los detallitos y volviéndolos a hacer rectificados, a mis mejores amigos, que me secaban las lágrimas por videollamada, y, sin duda, a mi marido, que siempre estaba ahí, porque si algo he aprendido, es que cuando alguien realmente quiere algo, la noche se vuelve día, lunes se convierte en sábado, y un momento se convierte en oportunidad.
¡Ánimo, novias!
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