La boda de David y Marta en Palau De Plegamans, Barcelona
Rústicas Verano Blanco 6 profesionales
D&M
27 Jun, 2020El día de nuestra boda
El día de nuestra boda fue quizás el día en el que más tranquila me levanté en meses. Estaba algo nerviosa, claro está, pero después de semanas de aguantar presiones diarias sobre si podríamos o no casarnos, el día había llegado y ya nada podía impedirlo.
David y yo habíamos decidido mantener nuestra fecha original, el 27 de junio, en un alarde de locura y de tentar a la suerte. Cuando la cosa se fue complicando en los meses previos y tuvimos que decidir qué hacer, los dos nos miramos y dijimos “All in”. Esperaríamos hasta el final a ver qué pasaba, pero si la buena fortuna y el coronavirus lo permitían, íbamos a por todas.
No quise leer ningún foro durante esas semanas; tampoco ver las noticias más sensacionalistas. Tampoco quise que nadie se sintiera obligado a venir dadas las circunstancias: nadie elige sentirse como se siente, ni tener miedo o ser más vulnerable, por lo que dejamos claro a todo el mundo que, por nuestra parte, estaba más que justificado no venir a la boda. Por activa y por pasiva. Sin embargo, la mayor parte de los invitados, incluso los que venían de fuera, quisieron estar allí en ese momento.
Seguir leyendo »El 27 de junio me desperté unos minutos antes de que nuestra maquilladora, Marta Brides, viniera a arreglarnos a casa a mi madre, mi hermana y a mí. Llegó puntual y empezó nuestro día, el día de nuestra boda.
Estábamos las 3 solas, madre e hijas, escuchando música relajante mientras Marta nos preparaba. Echaba de menos a David, porque la noche anterior habíamos dormido separados, y después de pasar tanto tiempo juntos durante el confinamiento, la sensación era más vívida. Es algo que volvería a repetir una y otra vez, lo de dormir separados. Casi nos vimos forzados a ello por la familia, pero sería de las decisiones que tomaría de nuevo porque creo que cuando por fin lo vi esperándome en el altar, mis sensaciones fueron mayores.
A las 3 y media de la tarde, puntualísimas, estábamos listas. En ese momento llegaron los fotógrafos, de Dyamic Casaments, y empezó la locura. Entre foto y foto, se me pasaron las dos horas volando y, cuando quise darme cuenta, mi madre, mi padrino y mi hermana se habían ido, y yo estaba en el coche, lleno de flores, con mi padre camino al restaurante.
Al fin, después de esperar fuera durante un rato a que acabaran de organizar a los invitados, mi wedding planner me hizo pasar. Me bajé del coche mientras me hacían fotos, y escuché de fondo la canción de “Love of My Life”. El novio estaba entrando.
Con un nudo en la garganta, miré a mi padre y él me sonrió para tranquilizarme. Entonces, empezó a sonar “A Thousand Years”, esa canción que tanto significa para nosotros, y me puse en marcha.
Mirara a donde mirara, veía a amigos y familiares llorando, así que no dejaba de mirar a ambos lados de la zona de ceremonia. De repente, cuando llegué al final, alcé la cara y vi a David, impresionante con su traje azul y corbatín, mirándome con los ojos llenos de lágrimas. El mundo desapareció, el coronavirus dejó de existir, hasta me olvidé de mi padre. Cuando lo vi, tan guapo, mirándome como me miraba, me tiré a sus brazos y nos fundimos en un abrazo eterno.
La ceremonia fue emotiva y preciosa, y después fuimos al aperitivo. Quizá este fue el momento más tenso en cuanto a prevención del coronavirus se refiere: yo había puesto mucho cuidado en que se dejaran asientos libres en la ceremonia para mantener la distancia (que finalmente los invitados acabaron por no respetar en su mayoría), pero cuando tenían que pasar al banquete, se hizo una cola para hacerse fotos con nosotros que provocó que no se dejara la distancia que me hubiera gustado. De todos modos, las personas más vulnerables pasaron primero y se sentaron en zonas apartadas, y los que tenían más miedo llevaban la mascarilla (en ese momento no era obligatoria).
Después del aperitivo, entramos al banquete al ritmo de “Fireball”, dándolo todo. El DJ, Josu, era impresionante, y había hecho que todo el mundo llevara de pie un rato bailando y con los pañuelos en alto.
Quisimos contratar un restaurante que hiciera bodas divertidas aparte de emotivas, y “La Porxada de Can Sidro” no nos decepcionó en ese sentido. Cuando llegó la hora de que salieran los segundos platos, Josu llamó por el micro a 7 chicos (porque en la mesa presidencial éramos 7) y les hizo hacernos una demostración de baile. Luego, esos mismos chicos fueron a cocina y nos sirvieron los platos disfrazados de vedettes mientras sonaba “Una Chica Yeye”. Lo mismo hicieron luego con los sorbetes las chicas, bailando “Gasolina”. ¡Fue un momento muy divertido!
Después del baile nupcial, un combinado de la balada “Unchained Melody” y la animada “Sax”, los invitados que más miedo tenían se marcharon, pero la mayoría nos quedamos. Aparcamos el coronavirus por un rato y todo el mundo se lo pasó en grande.
Por suerte, la boda fue en un momento en que apenas había nuevos casos, en el estreno de la llamada “nueva normalidad”. Fue preciosa, divertida y original, pero también nos acarreó muchos nervios, muchas lágrimas y mucho miedo. Todo salió bien, todo fue normal, pero sobre todo porque los invitados tuvieron cuidado; porque los que vinieron, vinieron a disfrutar; y porque muchas de las personas que venían traían un PCR o análisis serológico hecho (nosotros incluidos), y pudimos disfrutar de todo con calma.
Si tuviera que repetir todos los nervios, todas las dudas, todas las lágrimas… Volvería a hacerlo porque, si el día definitivamente valió la pena, casarme con David, fuera como fuera, merecía la pena siempre.
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