La boda de Darío y Sari en Chiclana De La Frontera, Cádiz

A mí con los nervios me da por variar en el peso, entonces no quería comprar el vestido muy pronto para evitar que no me estuviera bien. Entonces cometí el mayor error: Lo compré por Internet y a 5 días de la boda me informan que el vestido ha quedado retenido en la aduana de Hong-Kong y que con suerte lo podía tener en casa en 10-15 días… ¡Horrible!

Pues el primer día laborable me tocó salir por todo Barcelona, buscando un vestido porque me veía que me casaba en vaqueros. La búsqueda después de 7 horas dio frutos, ya que no solo encontré un vestido que me gustaba y me hacía el apaño, sino que encima que quedaba como un guante.

Por fin llegó el día de emprender el viaje hacia mi tierra. Nos fuimos en coche nosotros dos, mi cuñada Lorena, mis sobrinos Pedro y Luana y nuestros dos perretes Freedog y Duende. Los siete nos propusimos hacer un viaje sin presiones, sabiendo que teníamos tres días hasta la boda para poder disfrutar de nuestros últimos días de soltería. Pues bien, así el día anterior a la boda llegamos a Chiclana de la Frontera.

En vez de descansar y disfrutar como toda novia el día antes de su boda, a mí se me ocurrió la brillante idea de montar, organizar y decorar todo nosotros mismos, así que ese día estuve organizando mesas, recibiendo el material necesario como buena anfitriona hasta que el sueño casi me vence y me mandaron a la cama.

A la mañana siguiente, cuando me desperté, aún no era consciente de que era el día de mi boda, pero sí. Empezaron los nervios y el enterarme de las sorpresas que mi cuñada Lorena tenía preparadas no ayudaban. Recuerdo que llegaron unos hombres que decían ser del alquiler de la pérgola... ¿pero qué pérgola? ¿De dónde ha salido eso? De ella.

Ya estaba todo montado, era la hora de comer y me di cuenta de que quedaban menos de cuatro horas para que empezaran a llegar invitados... Llegó mi amiga Gumi, que era la que iba a maquillarme y maquillar a las damas de honor, y a partir de ahí las horas pasaban como minutos y los minutos como segundos. Cuando me di cuenta estaba vestida, peinada y maquillada y encerrada en una habitación para que el novio no me viera. Solo tenía ganas de salir y verle en el altar esperándome.

Cuando oí la música que había elegido para mi entrada, las piernas me temblaban, así que le dije a mi tío Javier, mi padrino, que me sostuviera con fuerza porque podía caer de lo nerviosa que estaba.

La ceremonia empezó y cuando llego el rito celta que había elegido para sellar esta unión no pude aguantar la emoción, pero al escuchar "Os declaro legalmente unidos en matrimonio" me invadió una paz… Nos fundimos en un tierno abrazo y por fin mi ya marido me susurró al oído: "Soy el hombre más feliz del mundo porque has decidido quererme".

Bueno, esta es la mejor manera que tengo de contar todo lo que viví y sentí el día de mi boda.