La boda de Antonio y Vanesa en Madrid, Madrid
Elegantes Primavera Azul 2 profesionales
A&V
14 Jun, 2014El día de nuestra boda
Parecía que no iba a llegar… y llegó.
Una vez que ocurre muchas veces nos planteamos qué habríamos cambiado de nuestro gran día, qué podríamos hacer para que fuera mejor. Después de casi tres meses, creo que lo único de lo que me arrepiento y lo único que cambiaría es de no haber encontrado la clave para parar el tiempo. Cómo me habría gustado estar allí eternamente! Cómo me gustaría revivir en cada momento ese día!
Me levanté en casa de mis padres. Después de tres años viviendo en MI casa, se me hizo extraño despertar sola y en una cama que no erala mía. Sonreíy disfruté el momento, significaba que era el día!
Sorprendentemente y en contra de todo pronóstico, me sentía más tranquila que nunca. Quizá la palabra que busco es “paz”. Me sentía en paz, feliz, llena de algo que no sabría definir, quizá era una mezcla de amor y felicidad, esa mezcla que todas las novias emanan haciendo que se vean radiantes y más guapas que nunca (sí chicas, siento desmentirlo… el maquillaje ayuda pero no hace milagros. Ese “no sé qué” que todo el mundo nos ve en nuestro día es felicidad en mayúsculas).
Seguir leyendo »Os podría contar cada paso que di, pero para ser sincera sería bastante aburrido porque me encontraba tan calmada, tan relajada, que mis pasos fueron como los de un día más.
A las 14.30 tocaba peluquería. Obviamente vino la típica pregunta de “¿Estás nerviosa?” y yo sólo pude contestar que no, que increíblemente parecía que la cosa no fuera conmigo.
Disfruté el momento, me relajé, me “dejé hacer” y cuando abrí los ojos… no me había visto tan guapa en mi vida. Natural, sencilla pero radiante, al menos es lo que veía yo, ¡perfecto!
Subí de nuevo a mi casa, me ayudaron a vestirme y me encargué de apagar algún fuego que los nervios de mis padres y mi abuela hicieron brotar. ¿Os lo podéis creer? ¿Una novia calmando los nervios de los demás? Pues no, yo no me lo creía pero ahí estaba, entera y en calma total.
Cuando subió el fotógrafo (mi querido suegro fue quien se encargó de inmortalizar el momento) sólo puedo recordar una cosa: su cara! Una mezcla de orgullo, ternura y emoción se reflejaron en su sonrisa al verme. Os aseguro que me hizo sentir especial.
El momento “fotos de familia” fue un pequeño caos, ya que llegó mi sobrino de dos años y medio a revolucionar a todo el personal! Él era el encargado de llevar los anillos y se tenía la lección aprendida! Eso sí, hasta que llegara el momento él no era Daniel, sino el pirata Jack; ¿hace falta que os dé más pistas sobre cómo pudimos hacer las fotos? Benditos niños que rompen el hielo y la tensión en los momentos clave.
Después de “luchar” con él llegó el momento más íntimo: quedarme sola en casa con mi padre, el padrino. Vuelta para un lado, vuelta para otro y prácticamente sin hablar. La emoción nos tenía contenidos a los dos, al fin y al cabo era mi día (y ahí los nervios ya empezaban a aparecer) y para mi padre se casaba su pequeña…
Cuando nos llamaron sentí una explosión en mi interior. Todas las sensaciones que tenía que haber sentido antes hicieron acto de presencia de golpe: quería reír, llorar, me entró el miedo escénico, quería que fuera rápido… un torrente de emociones difícil de explicar, una de esas cosas que hay que vivir, sin duda.
En el portal se encontraban las vecinas “de toda la vida”, esas que te han visto crecer, ¡ninguna quería perdérselo! Qué momento, ahora sé lo que siente una famosa con tanta cámara haciendo fotos a la vez J
En la puerta, un flamante coche de época esperándonos. Vuelta a la manzana (sí, lo sé, suena ridículo…¿en coche para dar una vuelta a la manzana? Si te separan200 metros de la Iglesia y no quieres que la gente se agolpe en la puerta, es la mejor solución”!) y ya estaba en la puerta.
Ahí esperándome mi hermana con su hijo y una amiga con su hija. Dulces portadores de las arras y los anillos. Empieza la música, el Canon de Pachelbel. Las emociones a flor de piel. Lágrimas contenidas. Aliento de mi amiga para que no me derrumbe. Murmullos en la Iglesia. Cabezas que se asoman, nadie quiere perdérselo y pelean por la primicia de ver a la novia (y hablar sobre ella, porque todas sabemos que bien o mal ese día hablarán de ti).
Llega el momento. Los niños avanzan, nosotros nos quedamos. Estribillo, ¡es nuestra señal! Comenzamos a andar por la alfombra roja. Si pudiera volar volaría para llegar antes. Incapaz de levantar la mirada del suelo porque cada vez que lo hacía mis lágrimas luchaban por salir.
Y ahí estaba, radiante, mi chico esperando en el altar. No vi nada más ni me hizo falta, ya estaba segura.
Tras una ceremonia con unas cuantas anécdotas llegamos al final. Nos hicimos más fotos con más familia y enfilamos a la puerta para que todos nuestros invitados nos bañaran en confeti, arroz y pétalos de rosa.
Besos por aquí, besos por allá. Felicitación de uno, de otro… un momento que recuerdo sólo en retales porque me sentía en una nube.
De nuevo en el coche, pero esta vez casada y con mi ¡marido! Cómo suena eso, a día de hoy todavía me cuesta decirlo, después de 11 años de novios no es fácil cambiar el chip.
Nos fuimos a las emblemáticas cuatro torres de Madrid. Queríamos unas fotos clásicas pero en un entorno original. El viento fue nuestro enemigo, pero nos regaló también algún que otro momento y recuerdo especial como pueden ser unas fotos mirando al horizonte y con el viento peinando nuestras melenas al más puro estilo Titanic.
Ensayo rápido del vals, que hasta ahora no habíamos afrontado porque entre los dos juntábamos cuatro pies izquierdos y evadíamos el ensayo a toda costa. La gente que pasaba por ahí sonríen mirando cómo unos novios locos bailaban sin música y como si no existiera en ese momento nadie más que ellos.
Volvemos al coche y llegamos al hotel. Todos tus seres queridos esperándote al fondo, al final de la alfombra roja. La música que suena e iniciamos el paso. Más besos, más abrazos pero esta vez mucho más relajados.
Tras el cóctel entramos en la carpa para celebrar el banquete con la canción “I say a little prayer”, los pelos como escarpias, la gente sonriendo y tú, de nuevo, te sientes especial.
Os ahorraré el trago de la cena, pues todos sabemos en qué consiste: comer , beber y reír.
Una vez que acabamos comienzan los detalles: tarta y regalo para una persona que, siendo su cumpleaños ese mismo día, vino de Galicia para estar con nosotros; el ramo para mi hermana con la canción de “Te voy a decir una cosa” de Amaia Montero (escucharla decir “qué canción tan bonita” sin que supiera que era para ella, no tiene precio), nudo en la garganta. Entrega de regalo para los padres, nudo en la garganta. Entrega de los novios al hermano de mi marido y su novia, nudo en la garganta.
Y después de tanto nudo, como no puede ser de otra manera, a beber para bajarlo! Abrimos el baile con nuestro vals improvisado y ensayado ese mismo día. Muchas veces la improvisación hace que las cosas salgan mejor de lo que podrían salir si lo hubieras planeado.
En un lado el sweet, en otro lado la barra, al fondo los Gin Tonics y los cócteles especiales. En la pista todo el mundo bailando como si no hubiera un mañana.
Tomar distancia, mirar a tu alrededor y descubrir a más de cien personas felices, todas a la vez, en el mismo lugar y, quizá, por el mismo motivo. Mirar tu mano derecha y acariciar el anillo. Buscarle con la mirada y verle feliz como una perdiz. Sonreír satisfecha y sentirte realmente afortunada por todo lo que tienes; sentir la felicidad en estado puro como hacía tiempo que no sentías.
Eso no tiene precio amigas…
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