La boda de María Moscoso Quintanilla y Sara María González Ruiz en La Rinconada, Sevilla
De noche Otoño Dorado 3 profesionales
M&S
29 Sep, 2018El día de nuestra boda
Desde niña, me imaginaba mi boda vestida de blanco, con un velo enorme, entrando en la parroquia de mi hermandad. Mi boda fue completamente distinta.
Empezó con un día normal en casa de mis padres. Una ducha, ropa interior limpia... Tras comer, llegó la peluquera y maquilladora. Mi pelo no llevaba ningún peinado extraño (no me hice ni prueba de peinado). Mi pelo iba suelto y sencillo. El toque mágico se lo dio la corona. Llevaba un precioso tocado digno de cualquier personaje de Juego de Tronos. Una vez que estuve maquillada, me sentí igual de extraña que el día de la prueba. Beatriz terminó de arreglarme a velocidad luz. La verdad es que tampoco quería ponerme muy pesada con lo típico de "esto no me gusta", "ese color es muy rosa", etc. La pobre estaba mala y a pesar de eso no nos quiso dejar tiradas a las novias y las invitadas. Cuando terminó y me miré en el espejo... Era una extraña. No sabía si estaba guapa o fea. Nunca me había pintado tanto. Busqué la opinión de mis hermanas y de mi madre. Ellas tampoco sabían decirme. Nunca me habían visto así.
Seguir leyendo »Tenía un tiempo muerto el cual aproveché para ponerme a jugar a la Play Station. No sé cómo pasan el tiempo esos días las novias. Creo que se hacen fotos preparándose y demás. Cuando llegaron mi padre y una de mis hermanas, me traían un regalo que me había preparado mi futura esposa. Tenía una preciosa nota y un anillo que llevo años queriendo tener. Era la forma de un sol, grabado con la frase que me dedica desde que empezamos: "Mi sol". Me puse el vestido, los zapatos, la pulsera de la abuela de mi mujer... Mi vestido no era de novia en sí. Lo compré en una tarde, en menos de una hora y acompañada de mi novia. A pesar de eso, cuando tenía todo puesto, estaba perfecta. Parecía un hada. No era la novia que quería ser cuando tenía 10 años, era la novia que quería con 29 años. Mi ramo era precioso. Único. Elena, la florista, me lo preparó con mimo y detalle. Se parecía a las flores que llevó la Virgen de mi hermandad en su coronación. Fue la manera de llevar mi quería cofradía en ese día tan especial. A la boda no fui sola... Fue muy cómico. En el mismo coche (adornado como cualquier coche de novia, pero no era nada más y nada menos que un Megane) estábamos mi padre, mi madre, mis dos hermanas y yo. La gente miraba buscando a la novia. No sabía si me buscaban con tanta confusión por no parecer una novia o porque íbamos el ciento y la madre ahí metidos. Cuando llegamos al Ayuntamiento de la Rinconada, estaba solamente el fótografo. La novia debe llegar tarde pero... Soy de las que prefieren llegar con 20 minutos de sobra. En esta ocasión fue un error, no me gusta que me hagan fotos. Los invitados fueron llegando... Estaban entre 35 y 40. Todo muy íntimo. La otra novia llegaba tarde, para variar. Me estaba poniendo tensa. Pensaba que no nos íbamos a casar. Finalmente, entramos cada una con nuestros padres... Me preocupaba como estaba el mío. Sabía que estaba mal, enfermo, pero estaba aguantando por mí, para ser mi padrino. Eso me dejaba un sabor amargo en todo ese dia. La ceremonia comenzó. Pensaba que por ser en el Ayuntamiento, por lo civil, sería fría y rápida. No fue nada de eso. Las palabras de nuestros amigos, de la concejala, las de mi mujer... Y las mías, esas fueron muy bonitas. Las escribí la noche antes, en un cuaderno de mi hermana pequeña, pero sabiendo que no necesitaba poemas ni fragmentos de libros. Lo que dije fue todo con el corazón... Tanto que conseguí lágrimas de alguien que no me esperaba: Mi madre. Cuando todo acabó, nos hicimos fotos y nos preparamos para salir... Y llegó la lluvia de arroz, pétalos, confeti... Un momento increíble. Nos fuimos a hacernos fotos en Triana, por el puente. Amo Triana. Qué mejor sitio. Me sentí incómoda porque había mucha gente, tres bodas más haciéndose fotos y las comparaciones... Nosotras llamábamos la atención más que el resto. Al llegar al hotel del cóctel, me cambié de vestido. Uno cómodo, lleno de brillos... Necesitaba llevarlo. Nos reunimos con nuestros invitados en una zona de la terraza del hotel, junto a la piscina. Las vistas, a pesar de ser noche, fueron magníficas. Estuvimos con todo el mundo, comiendo estupendamente. Les dimos unos regalos a la familia: A nuestros padres unos relojes grabados (a mi padre le emocionó, no esperaba recibir nada), a mi madre le di mi ramo y una pulsera, a mi suegra una pulsera, a mi hermana un colgante, a la pequeña de la familia una pulsera con un charm de emoji, a la prima de mi mujer también, a la novia de mi suegro unos pendientes y a dos amigas más una pulsera y unos pendientes. El momento del brindis fue maravilloso. Las palabras de nuestras familias fueron emotivas y nuestros amigos nos tenían una sorpresa especial: Un paso de Semana Santa con su saeta dedicada para las novias. Fue digno de verse. El momento de la tarta... Nadie creo que haya hecho algo igual. Era de chucherías, con dos muñecas de Funko Pop presidiendo. Nos dimos una gomita cada una y dejamos que todo el mundo disfrutara de ella. No hubo baile nupcial, no nos hacía falta. Vivimos una noche mágica, rodeada de los que queríamos, la una con la otra. Tenía miedo de que todo fuera mal por ser distinto a lo corriente. ¿Pero sabéis qué? Fue increíble. Todo el mundo disfrutó: "Me gustan las bodas donde como lo que quiero sin platos de carnes poco hechas o pescados raros", "las vistas son impresionantes", "la ceremonia ha sido muy bonita"... A día de hoy estamos pensando en las bodas de plata. Repetir este día queda dentro de nuestros corazones.
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