La boda de Isidro y Lorena en Marin, A Coruña

El día de nuestra boda

Llevaba toda mi vida soñando con ese día como cualquier mujer que sueña con ponerse su vestido, sentirse preciosa ese día y ver a su padre y a su pareja emocionados al verla vestida de blanco. Tras una fecha cancelada unos años atrás por un bajón en la relación, decidimos casarnos por fin. Casi 15 años juntos, una niña de 10 años que se moría de ilusión por ir a la boda de sus padres, y un niño de 8 años con muchas ganas también. Pero llegó la pandemia y aunque en nuestra fecha teníamos vía libre, estaba todo muy reciente, había mucho miedo todavía y quisimos esperar. Cambiamos de fecha 4 veces porque en ningún momento nos sentíamos seguros de poder disfrutar del día como nos gustaría. Se te pasa un poco la ilusión aunque nunca la pierdes del todo; simplemente, la apartas, la guardas en un rinconcito y la dejas ahí esperando poder sacarla otra vez a la luz. ¡Hasta que el 4 de septiembre era sí o si! Un año y medio después, más o menos estaba todo listo. Después de tanto tiempo y en medio de la última semana, la novia, o sea, yo, se pone mala. El jueves empecé a notar un cansancio horrible y un malestar en el estómago que me obligó a tener que acostarme y no poder levantarme. Náuseas, vómitos, agotamiento… no podía estar pasando, era una pesadilla, pero era real. Acabé en urgencias; ansiedad, me dijeron. Pastillas y a dormir, ¡que viene la boda! Pero cada vez era peor y peor. La noche anterior a la boda nos tuvimos que ir al hospital hasta las 4 de la mañana. Tuve que avisar a la peluquería que no podría estar allí tan temprano como habíamos quedado y venga pastilla y venga a dormir. No sé explicar qué me pasaba, pero no le deseo a nadie ese malestar que tenía tan horrible. Solo sé que mi pareja me dejó dormir, avisó a todos los proveedores e invitados que la boda se retrasaba y esperó. Me desperté, me fui a la peluquería con dos horas de retraso. Iba más para allá que para acá. La peluquera paró la peluquería entera para dedicarse solo a mí y la maquilladora se vio en un apuro para ponerle color a mi cara pálida y con ojeras. Llegué tarde, pero llegué. El novio no sabía cómo iba a ser el día, pero no contaba en absoluto con casarse cuando me dejó en la peluquería por la mañana. No puedo decir que fue un día como había soñado. Lo fue porque me casé, porque hubo momentos de emoción y porque tuve cerca a toda mi familia y amigos que disfrutaron mucho con nosotros. ¡Me decían que estaba guapísima! ¡Menos mal! Mis padres se emocionaron al verme vestida de novia, mis hijos se emocionaron cuando entraron en la iglesia y se abrazaron a su padre, y él también se emocionó. Estaban tan guapos, fue muy bonito. Yo no viví el día como me hubiera gustado; estaba mal, sin dormir, agotada, no pude probar el menú. El novio estaba muy cansado también después de las noches que llevaba conmigo en urgencias y cuidándome para que me pusiera bien. Lo pasamos bien y fue bonito, pero dicen que el día de tu boda no lo disfrutas nunca como esperas. Y yo, después de tanto tiempo y tanto cambio, supongo que tenía las expectativas muy altas. Pero mi cuerpo reaccionó mal y no me dejó disfrutar ni la mitad de lo que me hubiera gustado. Aún al día siguiente me puse mala de nuevo y me pasé toda la semana en cama, con gripe y con el estómago aún mal. Cuando me recuperé y fui consciente de todo, el bajón fue muy grande, pero ya está, tocó así y fue bonito igualmente. Tuvimos que hacer una postboda para hacer unas fotos, ya que ese día ni siquiera le dedicamos tiempo al fotógrafo. Volver a ponerme ese vestido, hacerme unas fotos con mejor cara, sentirme como una princesa y sacarme esa espinita de no haber disfrutado de ser la novia como me hubiera gustado. Ver al novio tan guapo con mejor cara que el día de la boda también. Y bueno, lo conseguí. Ahora me faltaba repetir la fiesta, pero en fin, como me dice mi marido: una anécdota para contarle a nuestros nietos. PD. ¡Quiero casarme otra vez!