La boda de Delia y Manuel en Sant Vicenç De Montalt, Barcelona
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D&M
27 Abr, 2014El día de nuestra boda
Todo empezó de manera maravillosa, el sol brillaba después de una noche de lluvia amenazando, las flores estaban listas a la hora precisa, el vestido estaba perfecto y todos los invitados venidos de Málaga y Mallorca estaban ya en el sitio y a punto. El fotógrafo llamó a la puerta de la habitación del hotel cuando la novia aún no estaba maquillada, el tiempo se empezaba a acelerar y todo arrancaba.
El padrino estaba guapísimo, la madrina con 10 años menos, la entrada a la ceremonia no podía estar más bonita: el restaurante nos sorprendió añadiendo una decoración con rosas que marcaban el camino a seguir por los invitados y los novios. Precioso. Sonó la música y se hizo la entrada. El novio estaba muy tenso, la novia con la risa floja, todo se puso en marcha: lecturas, anillos, beso, arroz, flores, pétalos, brindis, etc. Precioso, perfecto, un sueño.
El aperitivo estaba espectacular, mucha cantidad y mayor calidad. Increíble la profesionalidad del servicio. Unas vistas impactantes. Todo fue rodado y nos empezamos a relajar. Fotos por aquí y por allá, amigos y familiares disfrutando y nosotros, los novios, atendiendo a todos. Empezó a hacer calor y a los novios nos separaron del resto para conducirnos al salón del banquete. Nos dejaron en unos sofás a la sombra mientras se trasladaban poco a poco.
Seguir leyendo »Apareció el padrino, corriendo con la cara desencajada y llamando a una ambulancia, ¡Qué llamen a una ambulancia! Estas palabras no se me olvidarán: "tu madre, se ha roto una pierna, ¡qué desastre!
Nos dio un vuelco el corazón. La madre del novio tuvo un percance con los tacones en una escalera de piedra, rodó por los escalones fracturándose la pierna por tres sitios. Totalmente destrozada. El novio estaba con el corazón desgarrado y la novia, impotente. Se detuvo el tiempo y lo único que queríamos era rebobinar.
Los padres del novio tenían que dejar la celebración. Nos atendieron estupendamente y nos hicieron una pregunta que nos costó contestar: ¿boda o comida normal?
Decidimos hacer una boda, pero sin la entrada planeada al banquete, no íbamos a saltar de alegría. Pero los invitados nos apoyaron, nos acompañaron y nos cuidaron: ¡¡Viva los novios!!, ¡¡Qué se besen!!, ¡¡Viva!!, ¡¡Ánimo!!
Se encargaron de redistribuir la mesa presidencial con los padres de la novia a ambos lados y centrándonos. Todo volvía a arrancar con un sabor amargo, pero todo seguía. El mismo sabor exquisito que en la prueba de menú, mayor ambiente, música y mucho apoyo. Felicitaciones, regalos, sorpresas y un gran discurso de la novia para entregar el ramo a su mejor amiga, su madre arrancó a llorar a la mitad de los invitados y fue el momento inolvidable de la ceremonia.
Las alegrías fueron muchas, los halagos incontables y la satisfacción prácticamente total.
El baile se convirtió en la gran fiesta que tenía que ser con un círculo de invitados rodeándonos y acompañándonos en un momento en el que faltaban dos grandes protagonistas. Pero la atención y el servicio del restaurante, así como el calor y amor de los invitados hicieron igualmente de ese día un día especial, bonito, increíble, emocionante y, pese a todo, algo amargo.
Finalmente, acabamos vestidos de novios en urgencias con un ramo de rosas que habíamos preparado para la madre del novio mientras desconocidos nos felicitaban y enfermeras se asomaban a ver cómo un hijo vestido con sus mejores galas para incluir en su familia a su mujer, le regalaba el ramo a su madre que sentía culpabilidad por estropear algo que, con mucho esfuerzo de todos, no se pudo estropear.
Una boda como la vida misma, con altibajos, con una de cal y otra de arena. Con amargura y todo el amor del mundo. Una boda inolvidable para bien y para mal.
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