La boda de David y Virginia en Sueca, Valencia
En la playa Verano Azul 4 profesionales
D&V
20 Sep, 2015El día de nuestra boda
Bueno, el día de mi boda fue la caña. El domingo 20 de septiembre me levanté en mi casa, me duché, me despedí de mi novio (que se quedó barriendo en pijama), cogí la moto y me fui a casa de mis padres, porque toda mi familia se empeñó en que me vistiera allí. Me maquillé y peiné yo misma, ya que quería algo sencillo y llevaba un vestido de Charo Ruiz, y consideré que eso era lo que más cuadraba con el estilo que había elegido y con mi personalidad. La boda era a la 13:30 horas, y yo estaba a las 10 en punto allí, tenía tiempo de sobra, y así fue.
Cuando llegaron mis tíos, (los primeros en llegar), me puse el vestido, los pendientes, etcétera., y comenzaron las fotos. Mi tío, que es fotógrafo, fue el encargado, así que todo fue muy fácil y conforme fue llegando la gente fuimos haciendo fotos de todo tipo. A las 12:00 en punto salimos de casa con una traca de petardos 30 metros, regalo de mi primo que me hizo mucha ilusión, aunque he de decir que con los nervios y la gente entrando y saliendo se me olvidó el ramo en casa y mi madre se pegó una carrera con tacones incluidos.
Seguir leyendo »Luego, emprendimos camino a la ermita. Salimos con mucha antelación porque había posibilidad de coger atasco por el camino. Además, había que añadir la media hora de la calesa. Efectivamente, nos sobró tiempo que dedicamos a más fotos y a dar una vuelta en el coche por el pueblo. Finalmente llegamos a la ermita de la Muntanyeta dels Sants, en Sueca, en una calesa preciosa tirada por dos caballos blancos, perfectamente puntuales, y allí estaba la gente, expectante, y el novio, nervioso.
La ceremonia fue súper bonita. El cura fue la bomba y la música genial, ya que teníamos a dos invitadas tocando el piano y el cello, y al Orfeón Universitario de Valencia haciendo de las suyas. Al acabar, como era un poco tarde, y aún teníamos que comer, el padrino y un amigo se encargaron de llevar dos botas de vino, cervezas en una nevera y bolsas de patatas para que no se hiciera larga la espera. Fue un éxito, la verdad es que jamás pensé que fuera tan molón beberse una cerveza nada más casarse.
Llegamos al restaurante en un coche lleno de globos en el que a duras penas podíamos entrar, cortesía de los amigos, y adornado con gusto con guirnaldas (que actualmente forman parte de un reloj en la pared de mí comedor), cortesía de la hermana del novio. La gente ya estaba descalza en la arena con una copa de vino y con el cuarteto de jazz a tope. Muy buen ambiente.
A partir de ahí, lo normal, que si la entrada, que si la comida y la tarta. Entonces vino la batucada para evitar el tan temido "momento siesta". Todos nos lanzamos a la arena, zapatos y vergüenza fuera, el novio se puso a darlo todo. Los demás bailamos hasta que acabó, y a partir de ahí fue el caos: regalos, más regalos, mojitos, orquesta, más mojitos, bailes y despedidas.
Sin querer darnos cuenta eran las 23:30 horas y había que irse. Se fue el autobús, recogimos, y se acabó. En un abrir y cerrar de ojos el día de mi boda se había acabado.
Volvería a hacerlo una y mil veces.
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