La boda de Casimir y Aurora en Vilanova I La Geltru, Barcelona
Al aire libre Verano Azul 5 profesionales
El 15/07/2016 199 0 1
C&A
15 Jul, 2016
El día de nuestra boda
Mi marido me pidió que me casara con él el día de mi cumpleaños, cuando llevábamos juntos solo ocho meses. Me lo pidió de rodillas, en casa, tras un día gris de trabajo. Se vistió de traje, preparó la cena y me pidió matrimonio con un donette en la mano. Solo cuando dije sí, sacó el anillo de su bolsillo. Supongo que quería asegurarse de que estaba dispuesta a casarme con alguien humilde y trabajador. Para mí no hay un marido mejor que él. Atento, cariñoso, divertido y apasionado. Es perfecto para mí y lo sé desde el primer minuto.
Después de más de un año de preparativos, llegó el gran día. Una quiere que salga todo a la perfección y luego se da cuenta de que es imposible controlar cada detalle. Ese día, pase lo que pase, hay que disfrutar de cada instante y no angustiarse por lo que pueda salir mal.
La noche antes de la boda, dormimos en un hotel, estábamos cansados del trabajo y teníamos mucho estrés encima. Nos sentó bien relajarnos y descansar antes del gran día. El día de la boda, por la mañana, fuimos a la masía a decorar. Todas las decoraciones las habíamos hecho nosotros mismos, los centros de mesa, las velas, fotos, guirnaldas... Hacía calor y acabamos muy cansados. Apenas tuve tiempo de comer y ducharme, pues me esperaba la peluquera. Después de hora y media de sufrimiento (odio ir a la peluquería), ya era casi una novia. Suerte que la depilación, uñas, etc. las había dejado para días antes, porque de haber tenido que hacerlo todo ese día, me habría dado algo. Me llevaron al hotel a vestirme. Mi marido se vestiría en casa de sus padres. Conmigo, en el hotel, estuvieron mis padres, mi tío y la fotógrafa. Estaba nerviosa y el tiempo pasó rápido. Mi madre me ayudó a vestirme y nos maquillamos. Enseguida trajeron mi ramo y nos dispusimos a salir. Imaginaba que todo el mundo me estaría esperando y me ponía más nerviosa. Un par de copas de cava ayudaron a atemperar esos nervios. Mi padre estaba aún más histérico que yo.
Seguir leyendo »Al llegar, oí la música de entrada del novio y supe que en un par de minutos me tocaría salir a mí. Mi padre abrió la puerta del coche y me acompañó a la escalinata de piedra. Oí los acordes de mi canción y el corazón se puso a mil. Subimos juntos las escaleras. Me temblaban las piernas y entonces, de pronto, una extensión de césped interminable, y un pasillo entre las 150 personas que estaban invitadas a la fiesta, todas de pie, mirándonos. Creo que fue uno de los momentos más mágicos de mi vida. No es que me guste ser el centro de atención, pero fue precioso. Busqué a mi marido. Me miraba como la primera noche, como me mira cada día, con infinito amor y ternura. La ceremonia duró una media hora, fue divertida y emotiva a la vez. Caía la tarde y la luz era magnífica. Luego vinieron los miles de abrazos, besos, felicitaciones... Y la fotógrafa nos secuestró unos minutos para sacar unas pocas fotos.
La cena fue tipo cóctel-buffet. Había montadas unas mesas largas, como de merendero, con los centros de flores que habíamos hecho. La gente comió, bebió y disfrutó al máximo. Luego abrimos el baile entre bengalas, en un círculo de gente maravillosa y ahí me derretí, y no veía a nadie, más que a él. Y después bailamos durante horas, mi abuela la que más. Y nos reímos, hicimos fotos, lloramos de emoción y nos abrazamos. Fue super bonito. Mi ramo fue para mi hermana, que lloró con los primeros acordes de Always, de Bon Jovi. Los invitados firmaron el libro de recuerdos, nos dieron regalos y se resistieron a marchar. Supongo que eso significa que lo pasaron bien. Volvería a casarme mil veces, siempre con mi marido, y siempre lo haría igual. Sí, fue el día más feliz de mi vida, al menos hasta hoy...
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