Vestirse como uno quiere

Este artículo va dedicado a todos aquellos novios que, como yo en su día, os queréis casar siendo fieles a vuestro propio estilo. Desde el momento de la pedida tuve claro que me vestiría para el día B a mi manera, como yo quería y no como se suponía que debía hacerlo.

Defender mi postura me costó más de una bronca con mi mujer. ¡Pero que nadie se asuste! Mi traje no era verde, ni amarillo... Era negro, de Hugo Boss. Y, si se me permite, desvelaré que cuando lo vio la novia lo primero que hizo cuando llegó al altar fue decirme al oído que estaba guapísimo.

Pero me costó horrores convencerla de que un novio sin chaqué o esmoquin, sin chaleco, sin tirantes, sin pajarita ni fajín no es menos novio, ni la boda, menos boda. También fui rebelde en otros aspectos, como la peluquería: como no quería inventos raros con mi pelo, opté por peinarme yo mismo y dejarme, en contra de la opinión general, un poco de barba bien arreglada. Quería ser reconocible ante los míos y sentí que haciendo las cosas a mi manera estaba más cerca de conseguirlo. 

Me casé con traje negro, camisa blanca y corbata lisa de seda de color gris marengo para la ceremonia. Luego, a la hora del banquete, me permití la licencia de cambiarme la corbata por una roja más festiva. Y complementos, los justos: unos gemelos, un reloj y, cuando llegó el momento, una alianza.

Por lo tanto, queridos novios, vestid como queráis, pero sed reconocibles. Si os gustan el chaqué o el esmoquin, adelante. Pero si no van con vosotros, tenéis mil opciones... Y todas válidas. Y no, no seréis menos novios. ¡Estaréis igual de radiantes!